
- Hola, soy Gabrielle Lefèbvre
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- Si, acabo de aterrizar en Charles de Gaulle
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- Quisiera saber si el apartamento de mi madre esta disponible para que me aloje en él.
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- Muchas gracias.
Cuelga el teléfono, mirá por la ventana del taxi con tristeza. Desde donde se encontraba se podía ver la torre EifFel.
- Al Boulevar de Capucinnes 10, por favor.
- Claro, señorita.
En uno de sus arrebatos, había decidido volver a París. Se cansaba mucho de la monotonía que solo por pequeños momentos envolvía su vida. Quizá fuese porque en esos momentos en los que el aburrimiento invadía su existencia podía pensar en eso que le atormentaba sus noches y sueños. Eso de lo que no puede escapar, aunque lo haya intentado olvidar durante todo este tiempo.
- Señorita, en el centro a esta hora habrá mucho tráfico. Tardaremos algo más de tiempo.
- Está bien.
Le encantaba París. Era totalmente diferente a Nueva York. Las personas respecto a su aspecto, espíritu, forma de vestir, aspiraciones,etc. Los edificios, todos de la misma arquitectura y colores, que le dan a la ciudad un aire diferente, especial.
Todo eso le recordaba a su niñez. Cuando cada verano disfrutaba del ambiente parisino. Paseando por cada calle y encontrando acogedores y maravillosos lugares. Todo aquello que se desvaneció al ir a vivir a la Gran Manzana.
Llegó al apartamento que su madre mantenía para sus escapadas. Aquel ático le parecía extraordinario. desde la ventana de su habitación veía el Palacio de la Ópera.
Abrió las puertas del apartamento Fabien. Trabajaba para la familia desde que ella era pequeña.
- Señorita Gabrielle, ¿cómo esta usted? ¿ qué le trae a París.
- Quería pasar las vacaciones de invierno aquí, me encanta la navidad en París.
- Señorita, me alegro de verla. ¿Hasta cuando se quedará?
- Todavía no lo sé. Supongo que hasta que el corazón me dicte que me vaya.
- ¡Ay! Siempre con sus corazonadas. Algún día le guiarán hacia algo malo, señorita.
El anciano tenía razón. Pero no se trataba de algo futuro. Si no que sus impulsos le llevaron a aquello de lo que no puede huir.
- Señorita Gabrielle, tiene usted visita. En cuanto colgó usted el teléfono llamo a la puerta.
- ¿Quién es, Fabien?
- No lo se, no me ha querido decir su nombre. Le espera en el salón.
El desconcierto le invadió. Nadie conocía, ni esperaba su visita a la capital francesa.
Se dirigió rápidamente al salón. Allí estaba. No lo podía creer. El bolso se le escapó de las manos, esparciendo todo su contenido por el suelo. Un escalofrío le recorría el cuerpo.