miércoles, 20 de enero de 2010

"Los ojos, sin hablar, confiesan los secretos del corazón"

El aire helado hacia que no pudiese sentir ningún centímetro de su cara,al chocar en ella. Pero, independientemente del gélido ambiente, le encantaba salir a correr por Central Park. Formaba parte de su rutina diaria, desde que en su niñez su padre inculcó ese hábito para hacerle compañia en sus paseos matinales. A pesar de la ausencia de su padre, seguia disfrutando de esos momentos.

Su movil empezó a sonar. Redujo la velocidad hasta que pudo parar.

- ….¿Hola? …

(Le costaba hablar)

……………

- ¿ Qué tal, tio? ..mmm…Me pillas corriendo.

……………

- Si,… ya estaba de vuelta.

…………….

- Si, claro. Nos vemos dentro de una hora.

El cansancio le invadia. La respiracion forzosa hacia que el aire se adentrase por su garganta como cubitos de hielo.

Una vez recupero el aliento, reabrió el camino a su casa.

- ¿Ethan?

- Si, madre.

- Llamó ese amigo tuyo…mmm..¿cómo se llama?, ese que siempre está por ahí contigo.

- Ya, ya lo sé. He hablado con él.

- Ethan… Espera, ¿no quieres hablar con tu madre ni dos segundos? El padre de este amigo tuyo es William Hayes, ¿no? El dueño de los alamcenes Clapton

- Si ¿por qué?

- Por nada, podrías invitarles un día a cenar.

- Madre, Leo, lleva viniendo a casa desde que teniamos 10 años. ¿por qué ahora ese repentino interés por su familia?

- ¿No puedo querer conocer a los padres de tus amigos, Ethan?

- Si, claro, madré. Voy a ducharme, que pronto llegará Leo.

No soportaba eso de su madre, sus repentinos intereses por mantererse en la élite social, en los que estaba basada su vida.

El agua caliente que acariciaba su cuerpo se convertía en un modo de relajación. Nada le gustaba más, un mometo en el que no sentía el murmullo de su madre y el desinteres de su padre. Muchas veces no sabia que prefería.

- ¿Ethan? Tio, no hace falta que le pases mucho tiempo debajo de la ducha. Tu olor natural tan desagradable no se va a solucionar.

- ¡Qué agradable! Ten amigos para esto…

- Oye, ¿Qué le pasa a tu madre? Me ha interrogado acerca de mi familia. Está más simpática que de costumbre. Nos ha invitado a cenar en Navidad con vosotros.

- Jajajaja. Ya la conoces. No se lo que estará tramando ahora.

Salió del cuarto de baño. Ya estaba allí, mirando por la ventana de la habitación, observando las imágenes diminutas de los transeuntes neoyorkinos desde el ático del enorme edificio. Sabia que esas vistes le encantaban a su amigo, no por ellas en si mismas, si no porque desde alli, se podia sentir el rey del universo, controlador de esos pequeños puntos de la calle. Pero, ahí, parado, si lo parecía . Y es que Leo y la obstentación eran dos terminos que iban cogidos de la mano. Pues solo su indumentaria le delataba. Vestido con su traje azul de tercipelo de Yves Saint Laurent, mocasines de Gucci y pañuelo de Hermès, revelaban su procedencia de flor y nata de la Gran Manzana a la que el ya le habia pegado un gran mordisco. Acomplejado, Ethan, se miró en el espejo que tenia a su derecha, puessu vestuario consistia en una simple camiseta y un pantalón de chandal.

Su amigo se dio cuenta de ello y soltó una de sus medias sonrisas que tanto lo caracterizaba, y vió como el ego de este se enriquecía.

- ¿ A dónde vas, Leo?

Esquivó, así, su momento de ridiculez.

La sonrisa de su amigo se borró, al instante, como si hubiese recordado algo que le atraía a la realidad de su visita, y su expresión denotaba desagrado.

- Tengo que contarte una cosa, y no te va a gustar.

- Jajaja, ¿ qué has hecho ya? ¿Otra ex despechada con la que te tengo que ayudar?

- No es eso… es April.

Aquello que intentaban hacer desaparecer volvía. Los fantasmas del pasado aparecían denuevo… por Navidad.


miércoles, 23 de diciembre de 2009

Siempre nos quedará París,.....para ayudar al olvido



- Hola, soy Gabrielle Lefèbvre

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- Si, acabo de aterrizar en Charles de Gaulle

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- Quisiera saber si el apartamento de mi madre esta disponible para que me aloje en él.

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- Muchas gracias.

Cuelga el teléfono, mirá por la ventana del taxi con tristeza. Desde donde se encontraba se podía ver la torre EifFel.

- Al Boulevar de Capucinnes 10, por favor.

- Claro, señorita.

En uno de sus arrebatos, había decidido volver a París. Se cansaba mucho de la monotonía que solo por pequeños momentos envolvía su vida. Quizá fuese porque en esos momentos en los que el aburrimiento invadía su existencia podía pensar en eso que le atormentaba sus noches y sueños. Eso de lo que no puede escapar, aunque lo haya intentado olvidar durante todo este tiempo.

- Señorita, en el centro a esta hora habrá mucho tráfico. Tardaremos algo más de tiempo.

- Está bien.

Le encantaba París. Era totalmente diferente a Nueva York. Las personas respecto a su aspecto, espíritu, forma de vestir, aspiraciones,etc. Los edificios, todos de la misma arquitectura y colores, que le dan a la ciudad un aire diferente, especial.

Todo eso le recordaba a su niñez. Cuando cada verano disfrutaba del ambiente parisino. Paseando por cada calle y encontrando acogedores y maravillosos lugares. Todo aquello que se desvaneció al ir a vivir a la Gran Manzana.

Llegó al apartamento que su madre mantenía para sus escapadas. Aquel ático le parecía extraordinario. desde la ventana de su habitación veía el Palacio de la Ópera.

Abrió las puertas del apartamento Fabien. Trabajaba para la familia desde que ella era pequeña.

- Señorita Gabrielle, ¿cómo esta usted? ¿ qué le trae a París.

- Quería pasar las vacaciones de invierno aquí, me encanta la navidad en París.

- Señorita, me alegro de verla. ¿Hasta cuando se quedará?

- Todavía no lo sé. Supongo que hasta que el corazón me dicte que me vaya.

- ¡Ay! Siempre con sus corazonadas. Algún día le guiarán hacia algo malo, señorita.

El anciano tenía razón. Pero no se trataba de algo futuro. Si no que sus impulsos le llevaron a aquello de lo que no puede huir.

- Señorita Gabrielle, tiene usted visita. En cuanto colgó usted el teléfono llamo a la puerta.

- ¿Quién es, Fabien?

- No lo se, no me ha querido decir su nombre. Le espera en el salón.

El desconcierto le invadió. Nadie conocía, ni esperaba su visita a la capital francesa.

Se dirigió rápidamente al salón. Allí estaba. No lo podía creer. El bolso se le escapó de las manos, esparciendo todo su contenido por el suelo. Un escalofrío le recorría el cuerpo.

martes, 22 de diciembre de 2009

Zapatos perdidos, recuerdos encontrados


El olor del desayuno recién hecho, inundaba toda la casa de invierno, a la que se habían mudado hace pocos días. El olor del pan recién horneado, el chocolate y el café caliente, junto con el calor de la chimenea le recordaban a aquella época en la que sus 6 años le servían de venda a todos los problemas.
Su pequeña hermana ya se había levantado. Aunque a veces apreciaba mucho su compañía, en ese instante , lo único que deseaba era estar solo con la compañía del periódico y su taza de café.
-Noa ¿has visto la caja con mis zapatos?
Por un momento quito la vista del periódico, para centrarse en ella. Había crecido mucho y ya no era su pequeña hermana. Los 16 años habían llegado muy deprisa. Ella se sentó en su sitio de siempre, de espaldas al ventanal de estilo victoriano. Justo enfrente suyo. Se sirvió chocolate, miraba con ansia la comida. Él no entendía con todo lo que comía ella, como podía tener esa figura. A la vez que engullía una gofre, se apartaba la perfecta melena rubia.
- Noa, baja de tus mundos. Y por lo menos haz que no me ignoras. Enserio, no encuentro ninguno de mis zapatos, he cogido unos de mamá y me estoy muriendo del dolor.
- No. ¿has mirado todas las cajas? Pues como comprenderás, no tengo rayos X para saber que hay en todas.
- Tu siempre tan simpático, hermanito.
- April, y tu siempre tan despistada. Luego me dices a mi que estoy en mi mundo.
La pequeña rubia, volvió a su desayuno. Tras el cese de la conversación Noa también se adentro de nuevo en el periódico.
- Noa ¿esa de la foto no es Gabrielle?
El corazón de Noa palpitaba muy rápido. No lo podía creer, los fantasmas de aquel verano aparecían tras mucho tiempo escondidos en sus recuerdos.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Donde nadie pueda oír tus pensamientos



La luz, de uno de los días en los que al sol no le apetece salir, entraba por la ventana del dormitorio. Se había levantado temprano, pero no porque tuviese algo que hacer, pues no se asomaban planes para el día. Pero allí estaba, sentada en su sillón al lado de la ventana, observando todo lo que tras de ella se refleja.
Solo pensaba. Pensaba en pequeñas cosas, esas que pueden cambiar el mundo. Y que en su mente conformaban uno paralelo, uno en el que todo lo ocurrido hace dos veranos, no existía.
Ms. Tallis le acariciaba las piernas. Los suaves pelos de color gris, de su compañera de piso desde hace dos años, le causaban cosquillas. La gata de un salto, subió a sus rodillas, donde empezó a ronronear. A ella le gustaba ese sonido, pues apreciaba el hecho de hacer que alguien se sintiese bien, aunque fuese al pequeño gato. Después de todo lo pasado, eso le reconfortaba.
Sonó el teléfono.
Lullaby cogió a Ms. Tallis y fue hacia la pequeña mesilla donde se encontraba el teléfono. Lo descolgó.
Una sensación extraña le recorrió el estomago. El olor del mar vino de nuevo a su cabeza.